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Tras el análisis y la contextualización del fragmento de Rayuela (1963) en la clase pasada, presentamos un nuevo texto para desarrollar nuestra práctica semanal de encuadre literario.
Casi no nos hemos dado cuenta, pero nos encontramos a un curso de concluir el curso completo de la modalidad mensual que iniciamos el pasado mes de septiembre de 2021 con el CURSO I. En esta etapa 2021-22 hemos preparado con la misma intensidad, el mismo esfuerzo y el ritmo de trabajo de siempre, aunque este no sea año de oposiciones en la mayor parte de las comunidades autónomas.
Con el inicio del CURSO X abrimos nuestro espacio de selección textual a nuevos géneros y nuevos periodos literarios. Apreciemos en el texto el cambio significativo del registro lingüístico: la lengua literaria se transforma en busca de nuevos caminos y de una nueva expresividad.
Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?[…]
Cuando salgo a la calle silbando alegremente
–el pitillo en los labios, el alma disponible–
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?[…]
Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?
El poema pertenece al poemario De claro en claro (1956) de Gabriel Celaya. Delatan la pertenencia del texto a la poesía social de la cotidianeidad varios elementos fundamentales que comentaremos a continuación.
Una literatura realista y la forma de proyectar a categoría artística la vivencia cotidiana
La esencia de que el arte «es una representación reveladora de la realidad», que el arte sirve principalmente para transformar el mundo y que, revelando la realidad, pone en marcha el progreso de la sociedad. La búsqueda de lo cotidiano en lo real representa la esencia misma de la felicidad paladeada en la suerte de estribillo final de cada estrofa: «¿no es la felicidad que no se vende?». Esta reiteración impulsa la expresividad del término y lo eleva a la categoría de
Una poesía comprometida con la realidad del ser humano
La eclosión de la poesía comprometida de este período es impensable sin el papel que han desempeñado durante los mismos años ciertos textos de Antonio Machado y sobre todo su concepto de que la poesía es palabra en el tiempo, concepto traducido en muchos artículos sobre poesía comprometida por el término «historicidad». Machado [ . . . ] influyó sobre todo con sus ideas acerca de la solidaridad humana, del poco valor de los sentimientos, de la primacía del contenido sobre la forma y de vinculación al tiempo de la palabra poética. Términos de la realidad externa, que se ofrecen tamizados por la vivencia del sentimiento: la lluvia, la calle, el mercado, la casa…apuntan a una realidad inmediata, «intrahistórica» en el sentido unamuniano.
Según José María Valverde («Una imagen de Gabriel Celaya» en Historia y crítica de la literatura española. Época contemporánea: 1939-1980, Barcelona, Ed. Crítica, 1981, F. Rico (Coord.); edición a cargo de Domingo Ynduráin, [pp. 191-196] ) La toma de conciencia social y política [ . . . ] es el elemento decisivo que ha llevado a Gabriel Celaya a su plena madurez, tanto en lo ético como en lo formal y estructural, pero sin reducirle a un papel militante y panfletario, sino dejándole trascender a un horizonte total donde la previa aceptación del compromiso humano le hace posible cantar y aun ironizar sobre lo humano mismo.
Organizar la materia poética: la literatura como comunicación
El concepto machadiano de la literatura, en general, y la poesía, en particular, «poesía es comunicación», cobra especial interés a la hora de plasmar la vivencia íntima desde la perspectiva literaria, única e insustituible del yo lírico. Esta vivencia viene determinada en el poema por las alusiones a su círculo vital, a su marco existencial personal (los poemas, elementos biográficos, las calles, las amistades, etc.).
Comparemos el tono reivindicativo y, hasta cierto punto combativo, del famoso poema «La poesía es un arma cargada de futuro» con el tono intimista, sosegado y complaciente y conformista con la realidad de esta otra composición. ¡Cualquiera diría que se trata de un poema perteneciente a un poeta social! ¿Verdad?
La presente composición poética es un canto a la cotidianeidad, una exaltación de la congratulación con las pequeñas cosas del día a día. Tanto el sentido del poema como la forma de transmisión apuntan hacia la idea de serenidad, de sencillez.
Observamos un léxico que, más allá de algún vocablo de cierta dificultad, véase el cultismo fúlgido, no carece de dificultad alguna, está adscrito a la realidad contingente. Del mismo modo, la disposición sintáctica no está emparentada con el barroquismo, pues observamos una ordenación de las ideas que no produce la sensación de extrañamiento en el lector.
Además, desde un punto de vista discursivo, el mensaje sigue una sucesión lógica. Cada una de las estrofas introducidas por el adverbio subordinante de tiempo «cuando» induce un tema que es rematizado a lo largo de los primeros ocho versos que conforman cada período estrófico y, como colofón o conclusión del sentido transmitido, aparece la última estrofa que, en consecuencia, renuncia al término anafórico «cuando» y al presente de indicativo para apostar por el infinitivo, forma no personal del verbo que, como sabemos, es insensible a cualquier información gramatical que, en una forma personal, manifestarían los segmentos flexivos. Por tanto, sume en la intemporalidad, en la eternidad, el sentido ya comentado y que viene desarrollando a lo largo de la composición. La serenidad se hace esencia y se suspende el tiempo.
El modo versal también favorece la serenidad. La mayoría de los versos denotan una correspondencia con la frase, favoreciendo que sea predominante el fenómeno métrico de la esticomitia. No se aprecian demasiados encabalgamientos y, en todo caso, el encabalgamiento abrupto brilla por su ausencia.
Ahora bien, la forma poética no es descuidada. Rasgo de modernidad es, sin duda, el fenómeno del verso librismo, sin una regularidad rítmica definida, y el hecho de apostar por una estrofa de nueve versos, no muy común. También lo es, aunque provenga del mester de clerecía en su origen, el verso alejandrino, como sabemos, revalorizado por los modernistas. A estos rasgos cultistas, empero, se les opone el gusto por la tradición poética popular que pondera la pregunta retórica final de cada estrofa a modo de estribillo.
Hay, en este sentido, cierta musicalidad, favorecida, sobre todo, por el fenómeno de la repetición. No solo la pregunta retórica final, también la abundancia del nexo copulativo «y» y la anáfora que protagoniza «cuando».
El canto a la vida, a la felicidad de los pequeños detalles, no ayuda demasiado en la contextualización. En consustancial al ánimo de cualquier autor y época. Ahora bien, el «mercado», los «pagarés» o los «escotes» constituyen indicios de una composición adscrita a la contemporaneidad.