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¿Contextualizamos?

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    Comentadas y trabajadas las dos propuestas textuales anteriores, continuamos con el entrenamiento de nuestro ejercicio habitual. Para ello, os dejo un nuevo texto que comentaremos en la sesión de la próxima semana.

    Dórida, hermosísima pastora,
    cortés, sabia, gentil, blanda y piadosa,
    ¿cuál suerte desigual, fiera, rabiosa,
    pone a mi libertad nueva señora?
    
    El corazón que te ama y que te adora,
    ¿quién lo puede forzar que ame otra cosa?		
    ¿Amarílida es más sabia o hermosa	
    que tú? No sé. Contempla esta alma ahora.		
    
    ¿Fue jamás de Amarílida tratado		
    tan bien como de ti, tan sin fiereza?
    ¿No me acordabas tú si yo te amaba?	
    
    Pues sin mudarme yo, ¿quién me ha mudado?		
    respondió el eco: «Yo, que en esta alteza	
    mucho tiempo tan dulce ser duraba.»
    

    Nos encontramos ante un soneto de uno de los líricos pertenecientes a la escuela petrarquista, concretamente se trata de Gutierre de Cetina (1520-1554). Valgan para el encuadre los rasgos que han comentado los compañeros Pablo y Pedro.

    Incorporamos una síntesis de los elementos más importantes de la preparación del ejercicio ya comentados en clase tales como: el molde estrófico, el motivo del pastor, la estructura dialógica, incardinada en el plano introspectivo, el devaneo y la indecisión amorosas, la mudanza de dicho sentimiento y la transformación del yo lírico.

    Otros rasgos resaltan las cualidades de la dama y se acomodan al canon social de época, los valores y usos de la adjetivación, la transmisión del sentimiento amoroso por la vía de la espiritualidad (podríamos decir, a través del entendimiento más que por la experiencia física, tangible), que dimana de la propia interioridad y profundidad del amante, el sentido noble y puro de dicho sentimiento, la semiótica de la dualidad, el juego de contrarios que conduce la significación del mensaje (el «sic et non»), las peculiaridades de la lengua literaria del siglo XVI, etc.

    2 comentarios en «¿Contextualizamos?»

    1. Nos encontramos ante un soneto, forma métrica de origen italiano introducida en España, de manera efectiva, por los líricos renacentistas de la primera mitad del siglo XVI, aunque, bien es cierto, el Marqués de Santillana ya practicó los «sonetos fechos al itálico modo» una centuria antes.
      Es indudable que la temática amorosa colma el fragmento aquí contextualizado, pero varios son los rasgos temáticos y conceptuales que invitan a pensar en una composición renacentista y no cancioneril:
      – La referencia inicial a Dórida invita a pensar en una suerte de estructura dialógica, siendo el diálogo, como sabemos, un género revalorizado por el humanismo renacentista por su capacidad para contrastar realidades y exponer sentimientos relativos a una referencia concreta y no inexacta, como sucedía, habitualmente, en la lírica de Cancionero.
      – Dórida es una pastora, por lo que muy posiblemente el fragmento pertenece a una égloga, género que supondrá el que posiblemente sea el culmen de la obra de Garcilaso de la Vega.
      – Dórida es descrita en base a una sucesión adjetival (recordemos que la adjetivación no será profusa en la lírica amorosa de Cancionero por su carácter abstracto, indefinido) en la que, en ningún momento, se hace alusión a una cualidad de tipo carnal. En este sentido, nos encontraríamos más cerca, sin duda, de la idealización de tipo stilnovístico.
      – Se contraponen, en un juego dual muy típico de la poética renacentista, los ideales de conocimiento y belleza («es más sabia o hermosa»), en torno a los cuales girará la teoría humanista.
      – El sentimiento que expresa el «yo lírico» es un reflejo de su «alma», idea que, en el conjunto de obras de corte humanista, aludirá al espiritualismo interior. Además, y no menos importante, esta «alma» ha de ser «contemplada», esto es, percibida a través de los ojos: ya sabemos que, según la teoría neoplatónica, la vista constituye uno de los sentidos nobles a partir de los cuales será posible percibir la belleza que dimana de la divinidad y, al mismo tiempo, se constituye como el reflejo del alma.

    2. Todas las aportaciones hechas por Pablo me parecen correctas. El conjunto de indicios de este extracto invitan a pensar, de forma evidente, que el texto se encuadra en el siglo XVI: el empleo del soneto, el cariz dialógico propio del Renacimiento, las características de la égloga, el gran peso de la adjetivación, la conjunción de belleza y conocimiento, la importancia del alma y del sentido noble de la vista…
      Por añadir algún aspecto novedoso que enriquezca el análisis, cabe subrayar el rol que juega Amarílida en la composición, más concretamente, el papel que desarrolla en contraposición a la figura de Dórida. El autor presenta una suerte de rivalidad entre ambas («¿Amarílida es más sabia o hermosa que tú? No sé», «¿Fue jamás de Amarílida tratado tan bien como de ti, tan sin fiereza?») que rompe con los ideales neoplatónicos y las influencias del stilnovismo italiano.
      En este sentido, en la última estrofa, introduce el concepto de la mutabilidad del sentimiento amoroso («Pues sin mudarme yo, ¿quién me ha mudado?»). Da la sensación que el «yo lírico» expresa un desenamoramiento de Dórida («¿No me acordabas tú si yo te amaba?») y un enamoramiento de Amarílida, lo que, sin duda, constituye una importante novedad en la moda literaria de la época.

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