Nueva propuesta textual dedicada a entrenar el ejercicio de identificación de rasgos, referencias y fenómenos que, de manera razonada, llevaremos como señeras invariantes de época y periodo a la base deductiva de nuestra justificación.
Quise bien, y querré mientras rigere aquestos miembros el espirtu mío, aquélla por quien muero, si muriere. En este amor no entré por desvarío, ni lo traté, como otros, con engaños, ni fue por elección de mi albedrío: desde mis tiernos y primeros años a aquella parte m’enclinó mi estrella y aquel fiero destino de mis daños. Tú conociste bien una doncella de mi sangre y agüelos decendida, más que la misma hermosura bella; en su verde niñez siendo ofrecida por montes y por selvas a Diana, ejercitaba allí su edad florida. Yo, que desde la noche a la mañana y del un sol al otro sin cansarme seguía la caza con estudio y gana, por deudo y ejercicio a conformarme vine con ella en tal domestiqueza que della un punto no sabía apartarme; iba de un hora en otra la estrecheza haciéndose mayor, acompañada de un amor sano y lleno de pureza. ¿Qué montaña dejó de ser pisada de nuestros pies? ¿Qué bosque o selva umbrosa no fue de nuestra caza fatigada? Siempre con mano larga y abundosa, con parte de la caza visitando el sacro altar de nuestra santa diosa, la colmilluda testa ora llevando del puerco jabalí, cerdoso y fiero, del peligro pasado razonando, ora clavando del ciervo ligero en algún sacro pino los ganchosos cuernos, con puro corazón sincero, tornábamos contentos y gozosos, y al disponer de lo que nos quedaba, jamás me acuerdo de quedar quejosos.
Para esta prueba propusimos un fragmento de la Égloga II de Garcilaso (h. 1498-1503-1536) . Algunos compañeros como Pablo han trazado un panorama de localización bastante interesante a la hora de elaborar la hipótesis del encuadre.
Refrescamos las interpretaciones de la sesión de ayer.
Elementos compositivos de identificación principal para la preparación del análisis: el amor, la naturaleza y la mitología
El yo lírico relata la vivencia amorosa real (ya comentamos las diferencias de este tratamiento con la lírica cancioneril). Participa del desarrollo de un diario lírico, sentimental. La doncella parece ser que pertenece a su mismo linaje «de mi sangre y agüelos decendida». El amor viene determinado por líneas de parentesco y no por la libre elección.
ni fue por elección de mi albedrío
Ya comentamos la intertextualidad de este término, en la que no me voy a detener.
La naturaleza según el canon de época
El marco en el que se desarrolla esta acción nos conduce a la idea de la naturaleza mítica, indómita, que evoluciona según el canon estético y de época, apta para gestar el relato de la experiencia sentimental única. Encontramos montañas, «selva umbrosa» (recordemos: «por ti el silencio de la selva umbrosa…»), «pinos sacros»…elementos que nos devuelven la estampa de una naturaleza elaborada según el planteamiento del modelo estético renacentista.
La mitología
La caza, una de las mejores cualidades del buen cortesano, es uno de los motivos principales que subtiende la proximidad de los amantes. Las ofrendas a la diosa Diana, deidad de la caza, nos trasladan una idea de actividad en común y de diario lírico amoroso («en tal domestiqueza»). La unión resulta más intensa porque ambos comparten la actividad de la caza y profesan una honda devoción a la deidad pagana, principio que se integra en la estética y la cultura literaria de la época. Es más, la caza alimenta este amor y la diosa lo acrece, agradecida por los dones que recibe de los amantes.
El compañero Pablo percibe grandes intertextualidades con «Estrella Diana» de Francisco Imperial («me inclinó mi estrella» y Diana). No olvidemos el principio de imitación, como forma de saber en la «gaya ciencia» y en la lírica amatoria del Renacimiento, después, muy asentado y aceptado en dentro del Renacimiento y que Lapesa (La trayectoria poética de Garcilaso, Madrid, Alianza, 1982) ha identificado en el vate toledano como una de sus técnicas frecuentes.
El amor puro forma parte de una proyección anímica y sentimental sobre una naturaleza también pura e indómita. Con estos elementos el yo lírico construye un marco imitativo en el que ambos correlatos propulsan el mejor conocimiento de una estética equilibrada y limpia. Apreciemos un tratamiento netamente diferenciado en lo esencial al de la composición que analizamos en la entrada inmediatamente anterior. Frente al dramatismo, lo desapacible, las sombras, la hostilidad y la muerte, se ofrece aquí una estampa de equilibrio, pureza e inocencia, más acorde con la idea que el Renacimiento pleno tiene del marco natural.
Repasemos, finalmente, las principales aportaciones del trabajo de Pablo en el comentario a la entrada.
La primera pista que orienta la contextualización nos la ofrece la forma métrica de la composición. Nos encontramos ante un verso endecasílabo, dispuesto, como parece, en tercetos encadenados o dantescos («Divina Comedia») dada la introducción de una rima consonante nueva en el verso central de cada terceto. Estas formas versal y estrófica penetran en la lírica culta castellana en el siglo XVI merced al influjo del humanismo renacentista italiano. No en vano, la teoría literaria considera al petrarquista español Juan Boscán como el introductor del terceto en la poesía española.
Por su parte, el tema central de la composición no es otro que la manifestación del amor que el «yo lírico» profesa a una doncella y la descripción de la forma del mismo. El amor es, por antonomasia, la temática fetiche del período áureo español y, aquí, va a aparecer abordado según los ideales renacentistas. En el inicio del fragmento, encontramos a un amador dispuesto a ser gobernado por su amada, servidumbre, además, hiperbolizada hasta el extremo del estado místico de la muerte amorosa («aquélla por quien muero»).
Precisamente, es el subjuntivo «rigere», ubicado en posición prominente (primer verso), el que da cuenta de ese deseo de ser guiado por la amada. En todo caso, la parte sometida es la del «espirtu mío», por lo que nos movemos en el terreno del amor espiritual, no carnal, algo de lo que da cuenta, sin duda, la alusión «de un amor sano y lleno de pureza».
Es decir, observamos la idea del prisionero, sufridor de amor, propia de la lírica de Cancionero y de la novela sentimental del siglo XV, pero abordada desde posiciones cercanas al neoplatonismo.
Otro referente humanista es la alusión a la «estrella» como responsable de las motivaciones del «yo lírico», algo que seguramente beba de las teorías pitagóricas, revalorizadas por el Renacimiento italiano, que afirman la correspondencia mística entre el funcionamiento de los astros y el de los seres humanos en la tierra.
Por último, la forja de este amor parece haber tenido a la naturaleza como hábitat, entendida esta como un lugar plácido que provee al hombre de lo que precisa para vivir («jamás me acuerdo de quedar quejosos»). Será, igualmente, durante el Renacimiento cuando advirtamos una revalorización de esta idea de la naturaleza: acordémonos de «Diálogo sobre la dignidad del hombre», donde Antonio defiende que, si el ser humano es el ser más perfecto de la Creación, así también lo será el lugar en el que habita.
En cuanto a la fusión entre amor y naturaleza, Garcilaso de la Vega, con sus «Églogas», será uno de sus grandes exponentes.
Donde digo «forma del mismo», quiero decir «FORJA del mismo».