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He aquí una nueva composición para la preparación y la práctica con textos literarios de cara a los exámenes de oposición. Nótese la estilística de la morfología derivativa (sufijación).
La vida empieza en lágrimas y caca,
Luego viene la mu, con mama y coco,
Síguense las viruelas, baba y moco,
Y luego llega el trompo y la matraca.
En creciendo, la amiga y la sonsaca,
Con ella embiste el apetito loco,
En subiendo a mancebo, todo es poco,
Y después la intención peca en bellaca.
Llega a ser hombre, y todo lo trabuca,
Soltero sigue toda Perendeca,
Casado se convierte en mala cuca.
Viejo encanece, arrúgase y se seca,
Llega la muerte, todo lo bazuca,
Y lo que deja paga, y lo que peca.
Entre humorismo, crítica y visión desolada
Este famoso soneto metafísico de Quevedo nos enseña la miseria de la condición humana. Como os decía, por señalar un aspecto relevante, la derivación sufijal muestra el claro sentido peyorativo y, en contra de la eufonía, se desarrolla en series poco comunes: -aca, -uca, -eca. La expresividad del desprecio y la sonoridad desacordada se unen con el único fin: llegar al sentido degradante (lírica descendente, según vimos en el curso) de la condición humana. La burla y el sarcasmo de Quevedo se extiende a todos los planos, según vimos en otra entrada.
La reelaboración literaria del tópico «memento mori»
La risotada amarga de Quevedo devuelve un humor macabro, conmovedor. Se trata, como hemos dicho de descarnar el tópico para degradar la realidad a su lugar más profundo. Desde los ecos descarnados y doloridos a la ironía más amarga, la vida es una sucesión de momentos desagradables, rayano lo escatológico. He aquí la risa ácida, el mal chiste, la degradación de la condición humana a lo carnal.
El estilo y la lengua: originalidad en la sufijación morfológica.
Quevedo aplica sufijos despectivos a las realidades que nos muestra, estampas degradadas de la existencia humana y de la miseria humana. Las formas son las mismas y, además, planificadas alrededor los ecos que las velares dejan en la interioridad atormentada del yo lírico, a la manera de una fuesa. He aquí la metafísica literaria de Quevedo: la realidad es un eco, un resto sonoro que retumba en el alma atormentada.