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La risotada amarga de Quevedo
He aquí un nuevo texto. Vemos en el interior de esta composición burlesca un trasfondo existencial (recordemos la posterior influencia en las corrientes modernas y contemporáneas). Pero frente a esto se adivina una actitud vitalista, bastante poco habitual en el poeta. El contraste, el choque semántico constante, el juego de opósitos y , por supuesto, la dualidad, perspectivismo y simetrías están presentes. Como diría de este autor Ramón Gómez de la Serna se trata de un «poeta con vocación de muerto».
Hijos que me heredáis: la calavera
pudre, y no bebe el muerto en el olvido;
del sepulcro no come y es comido:
tumba, no aparador es quien lo espera.
La que apenas ternísima ternera
la leche en roja sangre ha convertido,
no por ofrenda, por almuerzo os pido,
y el responso, después, de hambre, muera.
Dadme aquí los olores cuando huelo;
y mientras algo soy, goce de todo:
venga el pellejo cuando sorbo y cuelo.
A engullirme mis honras me acomodo,
que dar el vino al polvo no es consuelo,
y piensan que hacen bien, y hacen lodo.
Algunas notas sobre la metafísica pesimista quevediana
En esta composición, como bien señalas, Virginia, la metafísica de Quevedo se basa en un tratamiento del tiempo. El tiempo, como ya tratábamos en otra entrada, es un fluir constante hacia la muerte. El tratamiento burlesco no puede ocultar su profundo tono desolador. El humor es casi macabro («tumba no, aparador es quien lo espera»). La antítesis vida/muerte se manifiesta de manera señera en el Barroco. Quevedo anticipa corrientes existencialistas. Kierkegaard decía que «las palabras del humorista son los hijos de su propio dolor». La frase es perfectamente aplicable a este Quevedo: tras su risa, se percibe su amargura; es como si insultara a una realidad que lo ha desengañado. En este sentido el tema grave se reitera en su poesía satírica y burlesca, tratado ahora con una demoledora comicidad. Así se burla hasta de la propia muerte.
Característico soneto de Quevedo (imposible no saberlo con tantas pistas!) en que se disfraza el tema en tono de burla, el tema metafísico sobre el fulminante paso del tiempo que nos lleva hacia la muerte y sobre su inminente proximidad. Se muestra ya desde el primer verso con la calavera, símbolo del vanitas vanitatis que nos anuncia la muerte, la brevedad de la vida, es ese «memento mori» que se funde con la inutilidad de lo humano, de lo pasajero, de los placeres de la vida a los que, sin embargo, parece sentirse atraído, quizá ante la muerte certera y cercana. La opción del poeta no es sino la resignación, la aceptación, la burla.