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Prepárate a fondo

    He aquí un nuevo texto para elaborar nuestro ejercicio semanal de contextualización, que incorporamos como bloque analítico independiente en las clases semanales.

    Sumaremos este comentario a las 4 prácticas del plan de trabajo semanal III del CURSO IX de este mes. Contamos con una semana para prepararlo y así poder fundamentar una solución, fruto del entrenamiento constante y de la aplicación de nuestro esquema metodológico de análisis de textos contemporáneos. Con la Historia de la Literatura en la mano justificamos su encuadre dentro del periodo y/o escuela a los que pertenece, aplicando siempre el método deductivo.

    Volvemos a insistir en la idea de que nos encontramos ante un conjunto de textos fundamentales por su singular protagonismo en el examen práctico de las oposiciones.

    Texto para entrenar:

    El sitio donde me trajeron es mejor; por la ventana se ve un jardincillo, cuidadoso y lamido como una salita, y más allá del jardincillo, hasta la serranía, se extiende la llanada, castaña como la piel de los hombres, por donde pasan -a veces- las reatas de mulas que van a Portugal, los asnillos troteros que van hasta las chozas, las mujeres y los niños que van sólo hasta el pozo.

    Yo respiro mi aire, que entra y sale de la celda porque con él no va nada, ese mismo aire que a lo mejor respira mañana o cualquier día el mulero que pasa… Yo veo la mariposa toda de colores que revolea torpe sobre los girasoles, que entra por la celda, da dos vueltas y sale, porque con ella no va nada, y que acabará posándose tal vez sobre la almohada del director.. Yo cojo con la gorra el ratón que comía lo que yo ya dejara, lo miro, lo dejo y veo cómo escapa con su pasito suave a guarecerse en su agujero, ese agujero desde el que sale para comer el rancho del forastero, del que está tan sólo una temporada en la celda de la que ha de salir para el infierno las más de las veces…

    Tal vez no me creyera si le dijera que en estos momentos tal tristeza me puebla y tal congoja, que por asegurarle estoy que mi arrepentimiento no menor debe ser que el de un santo; tal vez no me creyera, porque demasiado malos han de ser los informes que de mí conozca y el juicio que de mí se haya formado a estas alturas, pero sin embargo… Yo se lo digo, quizás nada más que por eso de decírselo, quizás nada más que por eso de no quitarme la idea de las mientes de que usted sabrá comprender lo que, le digo, y creer lo que por mi gloria no le juro porque poco ha de valer jurar ya sobre ella… El amargor que me sube a la garganta es talmente como si el corazón me fabricara acíbar en vez de sangre; me sube y me baja por el pecho, dejándome un regusto ácido en el paladar; mojándomela lengua con su aroma, secándome los dentros con su aire pesaroso y maligno como el aire de un nicho.

    He parado algún tiempo de escribir; quizás hayan sido veinte minutos, quizás una hora, quizás dos… Por el sendero -¡qué bien se veían desde mi ventana!- cruzaban unas personas. Probablemente ni pensaban en que yo les miraba, de naturales como iban. Eran dos hombres, una mujer y un niño; parecían contentos andando por el sendero. Los hombres tendrían treinta años cada uno; la mujer algo menos; el niño no pasaría de los seis. Iba descalzo, triscando como las cabras alrededor de las matas, vestido con una camisolina que le dejaba el vientre al aire. Trotaba unos pasitos adelante, se paraba, tiraba alguna piedra al pájaro que pasaba… No se parecía en nada, y sin embargo, ¡cómo me recordaba a mi hermano Mario!

    La mujer debía ser la madre, tenía la color morena, como todas, y una alegría en todo el cuerpo que mismo uno se sentía feliz al mirar para ella. Bien distinta era de mi madre y sin embargo, ¿por qué sería que tanto me la recordaba?


    Usted me perdonará, pero no puedo seguir. Muy poco me falta para llorar… Usted sabe, tan bien como yo, que un hombre que se precie no debe dejarse acometer por los lloros como una mujer cualquiera. Voy a continuar con mi relato; triste es, bien lo sé, pero más triste todavía me parecen estas filosofías, para las que no está hecho mi corazón: esa máquina que fabrica la sangre que alguna puñalada ha de verter…

    Encuadre lingüístico-literario

    El fragmento comentado pertenece a La familia de Pascual Duarte (1942), una novela que Camilo José Cela escribió a la edad de 25 años. Según Juan G. Bedoya (“40 años de la publicación de ‘La familia de Pascual Duarte’, primera novela de Camilo J. Cela”) la aparición de esta obra supuso un “acontecimiento literario en el desolado paisaje de las letras de posguerra”.

    Tal y como ha señalado Pablo, el relato está impregnado de un profundo subjetivismo. Ya dijimos que algunos autores del realismo decimonónico rechazaron tempranamente la fórmula del realismo a lo Zola y optaron por un realismo más espiritualista (véase la entrada en la que profundizamos en esta “cuestión palpitante”).

    Este realismo subjetivista, ya presente en los novelistas del 98, y que tanto influyeron en los autores del realismo posterior, entre ellos, Cela, impregna toda la materia textual: la presencia del yo, la plasmación de las emociones, los campos de la realidad interna y externa, la focalización, el tiempo narrativo interno al personaje, etc.

    El cambio de paradigma: la historia de un antihéroe

    Señala Pablo algunos rasgos inconfundibles como el estatismo contemplativo, el perspectivismo, etc. alrededor de una temática gris y pesimista. El éxito fundamental de esta obra estriba tanto en su técnica narrativa como en su temática. No se trata de presentar la vida de unos héroes que con carácter de símbolos encarnen virtudes patrióticas o morales (como sucede en la narrativa anterior). Pascual Duarte será, por el contrario, el representante del antihéroe.

    El crítico José Corrales Egea ( La novela española actual, Madrid, Edicusa, 1971) se pregunta:

    «¿Quién es ese personaje, ese reo de muerte que habla en primera persona? … Es un criminal que cuenta su vida y fechorías sin omitir detalle ni paliar atrocidad. Es un héroe patibulario, un rústico medio bárbaro que actúa como una fuerza de la naturaleza desenfrenada. Pascual Duarte carece de ideales, lo que significa, en la mayoría de los casos, que los perdió todos. ¿Por qué? … Ahí está el relato de su vida. Por poco entendedor que sea, el lector llegará a comprender y a explicarse, aunque no lo justifique ni apruebe, el comportamiento del protagonista» (págs. 34-35).

    No obstante, a Pascual Duarte se le ha catalogado también como una pobre víctima de la sociedad en que se desenvuelve; sus crímenes están sometidos en personas cuya crueldad es superior a la suya. De tal manera, que el verdugo de la obra se erige, gracias a esta interpretación social del relato, en ejecutor del crimen provocado por causas externas a él mismo. Apreciemos la psicología inestable del protagonista, releyendo la famosa secuencia en la que relata un día de caza con «la Chispa», que dejamos plasmada en una entrada pasada.

    1 comentario en «Prepárate a fondo»

    1. Cuando leemos el texto, adivinamos unas raíces que emergen de la tierra del realismo novelístico, como sabemos, revalorizado en la segunda mitad del siglo XIX por autores de la talla de Galdós, «Clarín» o Pardo Bazán. El narrador gusta de la detención en el detalle, de la descripción ambiental o la introspección interior. Sintácticamente, muchos y variados son los recursos sintácticos que favorecen la explanación descriptiva, véase la subordinación de relativo con antecedente expreso, la cláusula paralelística («quizás nada más… quizás nada más…»), las oraciones gerundio concertado («dejándome… mojándomela… secándome») o la comparación («castaña como la piel de los hombres»).

      Ahora bien, parece claro que el texto se ha beneficiado de diversos procedimientos renovadores que operan en nuestra novelística contemporánea. La narración está impregnada de un profundo subjetivismo, huyendo de la pretensión objetivadora del realismo decimonónico. En este sentido, el relato no nace de una visión omnisciente externa, sino de la narración en primera persona, la cual no solo narra desde su particular punto de vista, sino que, además, se permite interpelar al lector («usted me perdonará») -o destinatario, si se tratase de una carta- e, incluso, remite a su propio proceso de formación como texto («he parado algún tiempo de escribir…»), lo que constituye una técnica que roza lo metaficcional.

      El propio sentido del texto nos habla de la estaticidad contemplativa: a través del narrador, a modo de una sucesión de planos cinematográficos, se nos descubren sus marcados límites visuales. Sin duda, esta visión suma a la profunda tristeza y nostalgia que emana del relato.

      En definitiva, el amplio torrente del realismo novelesco se deja sentir aquí. Empero, parece oportuno inclinarse a pensar que ya se ha dejado atrás la novela realista decimonónica, tanto por la técnica narrativa como por el subjetivismo que inunda todo. Quizá el sentido de lo estático, así como la contención emotiva del narrador, que no busca culpables a su situación, sino que se centra en su triste realidad, podría dirigirnos a un momento posterior a la Guerra Civil, cuando la realidad espiritual del país y la censura podrían motivar este tipo de relatos. No obstante, no nos atrevemos a afirmar tal supuesto. En todo caso, parece evidente que el texto se incardina en un momento en el que la novela ya ha encontrado los nuevos cauces narrativos que aporta la contemporaneidad.

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