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Las afinidades electivas

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    Inicio: autoría y datación

    AFINIDADES ELECTIVAS (Las) [Die Wahlverwandtschaften] es una novela de Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), ideada desde 1807 como cuento para intercalar en los Años de peregrinación de Wilhelm Meister . La compuso entre abril de 1808 y octubre de 1809, y se publicó en diciembre siguiente. El título -sacado del Diccionario de física [Physikalisches Worterbuch, 1787-1795] de F. S. T. Gehler, donde se vuelve a tomar una fórmula ya precedentemente usada por el sabio sueco Torbern Bergman (en latín “atractio electiva dúplex”). Alude al particular fenómeno químico, por el cual dos elementos asociados, bajo la acción simultánea de otros dos elementos dotados de ciertas propiedades, se disgregan, asociándose con estos últimos en dos nuevas parejas, por ley de atracción recíproca.

    Argumento de Las afinidades electivas. Un estudio de la anatomía de los sentimientos humanos

    La novela estudia el mismo fenómeno en el mundo de los sentimientos humanos. Y no solo bajo este aspecto el hombre y la naturaleza se nos muestran unidos en la continuidad de una misma vida. A pesar de la límpida luz que da relieve y vivacidad a cada detalle. Toda la novela está como inmersa en una atmósfera de misterio, dominada por fuerzas ocultas de la naturaleza. Se sienten presentes por todas partes, debajo de la realidad viva y diversa y son tanto más poderosas cuanto más “oscuras e impenetrables”.

    El carácter de «inevitable necesidad» propio de las leyes de la naturaleza, se hubiera transmitido también a los sentimientos de los hombres. Como si una «fuerza magnética», análoga a la que impera en el mundo físico, actuase también en las almas, dentro de las almas”. Es algo así como un “destino” que el hombre lleva dentro de sí, en su sensibilidad, en su carácter.

    Y precisamente por esto la novela -a pesar de la exquisita dulzura de sentimientos que la animan- resulta tan triste. Porque en la naturaleza la vida es armonía de “leyes concordes”; pero en el mundo humano, junto al sentimiento, existen también otras exigencias «no menos absolutas». Existe también la ley moral. Cuando entre el sentimiento y la ley moral estalla un conflicto, no tiene solución.

    Construcción narratológica de Las afinidades electivas

    Tal es la situación que se presenta en Las afi­nidades electivas. Por una parte, se halla la santidad del vínculo matrimonial con que están unidos Eduardo y Carlota. Por otra parte está la fuerza de la pasión, que – después de la llegada de  Otilia y del Capitán al castillo- surge casi inadvertidamente en sus corazones y les impulsa irresistiblemente -Eduardo hacia Otilia y Carlota hacia el Capitán.

    Mientras la pasión está latente aún y en desarrollo, casi inconsciente. La vida en común es un idilio confiado y sereno, una felicidad sin memoria -como de personas que están «fuera del mundo» -. Pero, poco a poco, no pueden dejar de abrir los ojos a la realidad y adquirir conciencia de sí mismos. Entonces el conflicto se precisa en toda su irreductibilidad, determinando en todo pormenor el ulterior desarrollo de la novela. Pero no hay que entender mal su verdadero carácter. Una crítica inspirada en fáciles preocupaciones morales, sigue planteando, hace más de un siglo, la cuestión de si Goethe quiso romper una lanza «en ofensa o en defensa del matrimonio». Según las tendencias personales del crítico, la novela ha sido exaltada por su “sensibilidad y seriedad ética”, o deprecada como «como «apología del adulterio».

    ¿Una novela de tesis?

    Otra parte de la crítica no ha dudado en afirmar que con ese libro quedó minada la moralidad de toda la época. Pero ya el propio Goethe había puesto a los críticos sobre aviso, advirtiendo que el «proponer tesis» y «ofrecer soluciones» no es cometido del poeta. Se trata de representar – «en el punto medio, entre una y otra de las posibles soluciones» – la  «verdad incalculable» de la vida.

    En realidad esta novela no tiene tesis. Aunque Goethe declaró haberla escrito teniendo presente las palabras del Evangelio: «El que mira a una mujer con deseo ya adulteró con ella en su corazón», esto no es más que uno de los elementos de su inspiración. Esta, por el contrario, está impulsada, sobre todo, y dominada por un sentimiento angustiado de la  «inextricable problematicidad». A ella se halla expuesta la vida humana. Al mismo tiempo radica en un sentimiento de profunda piedad hacia el «destino del dolor» que brota de ella. Es la misma «posibilidad de vivirla » que está en juego en el conflicto entre el amor y el deber. Ningún resquicio de luz se abre – como no sea en mística lontananza -, más allá del último límite donde «todo halla su paz» en el «seno de Dios».

    La poesía de las Afinidades electivas es la poesía dulce y triste de este «amar y padecer en que arden las almas consumiéndose como en una llama.

    Otilia, un personaje redondo: amar y padecer

    La pura encarnación de la llama que arde es Otilia, delicada, gentil y frágil – con “sus grandes ojos negros, afectuosos, penetrantes, profundos”- es la “criatura de la verdad” con que toda la novela se ilumina.

    Los demás personajes – a pesar de su bondad, cordura y prudencia -se mueven en una atmósfera viciada de compromisos y acomodos. Cuando ya Carlota y Eduardo están separados en sus almas, basta una fugitiva turbación de los sentidos, provocada por una causa ocasional para impulsarlos -casi contra su voluntad- al uno en brazos del otro. La naturaleza es la que después toma venganza, con maliciosa ironía, haciendo nacer de esa noche de amor un niño que tiene los rasgos de los “amados ausentes” – el rostro del Capitán y los ojos de Otilia.

    Otilia, con su gracia delicada y un poco enfermiza, con su sensibilidad devota, humilde, por la cual “cuando se le pide algo que no puede conceder, evita responder con palabras y solo levanta en alto las palmas de las manos juntas, las apoya en su corazón e, inclinándose un poco hacia adelante, implora, con una mirada mansa y doliente, contra la cual no hay resistencia posible.

    Pasividad frente a iluminación interior

    Otilia es la única que, en todo caso, está por encima de cualquier posibilidad de extravío. Con su aparente pasividad, la guía «una especie de necesidad natural». Su vida no es más que el adquirir conciencia de esto, de cuando en cuando, en una sucesión de iluminaciones interiores. Toda su existencia toma de ahí un ritmo retardado y algo lento, pero también en todo movimiento suyo, un sello de cosa absoluta y también definitiva, irrevocable. Y así ocurre también con su amor por Eduardo. Se trata de un sentimiento que “está en ella”, pero no depende de ella, de su voluntad.

    Eduardo puede estar delante de ella o lejos de ella, abandonarse a los impulsos de la pasión o huir, irse a la guerra.

    Apreciemos, realizando un trazado de literatura comparada, ciertas similitudes con Ana Ozores y su universo interior. Otilia, al igual que aquella, se presenta zaherida por las fuerzas de sentimientos encontrados, que encuentran en la naturaleza (Vetusta, en el caso de Ana Ozores) su proyección, correspondencia y afinidad. Inocente, lúcida y melancólica son algunos adjetivos que compartiría con «La Regenta».
    Portada de la primera edición de las Afinidades electivas de Goethe

    Un dolor súbito y desgarrador: la muerte del niño

    Así vive ella, en todas las circunstancias, encerrada en una nativa claridad y armonía, “llevada -dice el texto de la novela -del sentimiento de su inocencia”. Y cuando la situación cambia por un dolor desgarrador y súbito es porque, de pronto -bajo el golpe de una emoción violenta e inesperada -también la otra fuerza de la vida, la ley moral, se ha abierto paso dentro de ella, fulminantemente, con la «terribilidad ineludible» propia de todas las “revelaciones”.

    Lo ocasiona la muerte del niño nacido de “la noche de extravío” de Carlota y Eduardo. Otilia, que vigilaba al niño junto al lago, se ha entretenido demasiado en su conversación con Eduardo, que reaparece de improviso después de larga separación; y, al entrar en la barca para volver a su casa, con la prisa y la agitación, ha perdido el equilibrio. De esta manera el niño, a quien llevaba en los brazos, se le ha caído al agua y se ha ahogado.

    En vano se le han prodigado los intentos de volverle a la vida; en vano, arrodillada en la barca, ha levantado ella hacia el cielo cuerpecito muerto invocando ayuda; en vano, al desembarcar, ha recurrido a las artes del médico. Todo ha sido inútil. Entonces siente dentro de sí un gran silencio, como si toda capacidad de vida activa se hubiese paralizado en ella.

    Después, al poco rato, cuando se levanta del suelo, donde se había quedado tendida, a los pies de Carlota, sin fuerzas, una plena claridad se ha precisado en ella, y lo ha iluminado todo. Lo que ha sido su vida pensada y lo que deberá ser su vida futura. Ella misma se lo anuncia a Carlota con su acento sumiso e “inerme”. Y, a pesar de todo, tan seguro de sí, tan lleno de verdad interior: “He salido de mi vida, he destrozado mis leyes, he perdido hasta el sentido de ellas, … Y ahora Dios, de manera terrible, me ha abierto los ojos … , he decidido: no seré jamás de Eduardo”.

    La ley cristiana y el “imperativo categórico” kantiano

    No se trata de la ley cristiana que, más allá del hombre, reposa sobre verdades reveladas. No es siquiera el «imperativo categórico» kantiano que rehúsa al hombre todo impulso subjetivo, individual. Es una ley interna y operante en la sensibilidad misma del individuo. Pero no por esto es menos inflexible. Es la exigencia del «sentirse puro», que ya antes destrozó el delgado hilo de la vida de Mignon ( Años de aprendizaje de Wilhelm Meister), cuando se le aparecía por primera vez, en torno a su Wilhelm, la sombra turbia del mal.

    También la vida de Otilia quedará fatalmente destrozada por esa exigencia. Porque ella podrá prohibirse pertenecer a Eduardo, pero no podrá anular el sentimiento que ocupa sus almas. Cuando decide volver al colegio, entre las que fueron en otro tiempo las compañeras de su juventud feliz, en el viaje, en el parador, donde se detiene, ha sido precedida por Eduardo, que le habla irresistiblemente el lenguaje de la pasión, y se ve obligada a reconocer que él también tiene razón.

    1 comentario en «Las afinidades electivas»

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