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¿Contextualizamos?

    Iniciamos una nueva semana de estudio y trabajo con la propuesta de contextualización razonada de un texto literario. Los textos literarios modernos, incardinados dentro de las grandes agrupaciones textuales que abarcan los siglos XVIII y XIX, en el continuum de la serie literaria, con variaciones y señas inequívocas que facilitan el ejercicio de localización y datación literarias. En la entrada de la semana pasada apuntamos una la clasificación de los periodos del lenguaje del Setecientos . Según Evaristo Correa y Lázaro Carreter ( E. Correa Calderón y F. Lázaro Carreter, Curso de Literatura, Salamanca, Anaya, 1968, pp. 246 y ss.):

    En lo filológico, hacia el final de los años sesenta: “No hay época más penosa en toda nuestra historia cultural que la que se extiende entre 1680 y 1725, aproximadamente. En ella se degradan increíblemente los hallazgos del gran siglo barroco […] El estilo literario se retuerce para no decir nada”.

    Es opinión de estos filólogos, pero lo cierto es que en esos mismos años sesenta e inmediatamente después observamos que la historiografía concibió que tal medio siglo no era de un vacío absoluto, aunque pensando solamente en la literatura de imaginación o creación puede decirse que hay casos en que efectivamente se degradan los singulares hallazgos del Barroco y en los que el estilo se retuerce para no decir nada.

    Para hablar de la esterilidad, al instante se le ofreció la edad de plata y la edad de hierro; porque hasta la primera los hombres eran unos angelitos y la tierra producía por sí misma todo género de frutas y de frutos para su sustento y regalo, sin necesitar de cultivo, el que enteramente ignoraban; pero como en la edad de plata comenzasen a ser un poco bellacos, también la tierra comenzó a escasearles sus frutos, y se empeñó en que no les había de dar alguno sin que les costase su trabajo. Mas aquí estaba la dificultad; porque los pobres hombres, acostumbrados a la abundancia y al ocio, no sabían cómo habían de beneficiarla, hasta que compadecido Saturno bajó del cielo y los enseñó el uso del azadón y del arado, para que, en fin, costándolos su trabajo y sudor, la tierra los sustentase. Pero luego le ocurrió que esto no venía muy a cuento, porque aquí no se trataba de esterilidad nacida de falta de cultivo, sino de falta de agua, y para ésta había de menester una fábula, como el pan para comer.

    Dichosamente se le vino en aquel punto a la memoria la edad de hierro, en la cual nada producía absolutamente la tierra, ni cultivada ni por cultivar; y es que los dioses la negaron enteramente la lluvia en castigo de las maldades de los hombres, que se habían hecho muy taimados y sólo trataban de engañarse los unos a los otros, como dice el doctísimo conde Natal. No se puede ponderar la alegría que tuvo cuando se halló, sin saber cómo, con una introducción tan oportuna; y apuntándola allá en el desencuadernado libro de su memoria, pasó a resolver en su imaginación algunas especies de mitología que se pudiesen aplicar a cosa de rogativa.

         A pocas azadonadas se le vino oportunamente a ella aquel famoso caso de Baco cuando, hallándose en la Arabia Desierta por donde caminaba a cierto negocio de importancia, y muriéndose de sed por no encontrar una gota de agua en medio de aquellos adustos arenales, juntó los pastores de la comarca, y formando con ellos una devota procesión o rogativa en honra del dios Júpiter, ofreció que le fabricaría un templo si le socorría en aquella necesidad; y al punto se apareció el mismo Júpiter en figura de un carnerazo fornido y bien actuado de puntas retorcidas, que escarbando con el pie en cierta parte, brotó una copiosa fuente de agua dulce. Y Baco, agradecido, cumplió su voto edificando al dios carnero el primer templo con el título de Júpiter Amón. Dióse mil parabienes por este hallazgo, especialmente cuando supo después que el mayordomo de la cofradía de la Cruz en aquel año se llamaba Pascual Carnero, y propuso en su ánimo hacerle Júpiter Amón; con lo que le pareció haber encontrado un tesoro para tocar la circunstancia principal, y tuvo por sin duda, allá para consigo, que desde aquel punto no habría sermón de cofradía que no le pretendiese con empeño.

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