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Prepara el tema

    Como ya dijimos en la primera entrada de la nueva sección «Prepárate a fondo» nos planteamos introducir novedades en el plano de la preparación de la parte de didáctica y del tema.

    En esta nueva sección PREPARA EL TEMA iremos dejando un conjunto de lecturas complementarias que os ayudarán a preparar mejor el bloque del temario de las oposiciones a través de una visión más rica y profunda de las distintas parcelas de conocimiento científico y crítico. También os brindarán la posibilidad de ampliar de forma óptima las distintas ampliaciones y ramificaciones de algunos temas de oposición.

    Comprender y razonar antes de memorizar

    Lo hemos repetido muchas veces: para nosotros es mucho más importante la labor de comprender los contenidos y conceptos del tema que la de memorizarlos. Esto ha de quedar suficientemente claro: no es efectivo ni útil memorizar un conjunto de X páginas, palabras o, por reducción al absurdo, fonemas. Primero es necesario captar el sentido de lo que estamos leyendo y acertar con su hermenéutica de interpretación y con su contextualización dentro del campo de conocimiento que tratamos. Igual sucede con el estudio de los rasgos de las escuelas más importantes, estudiadas en los temas de Literatura: la proyección del mejor programa de escuela (en lo temático y lo formal) y su proyección en el contexto literario representan una forma de ejercitar y complementar la práctica de contextualización literaria de textos, pertenecientes a cualquier género.

    El aprendizaje memorístico contra las cuerdas

    Prácticamente todas las corrientes pedagógicas han rechazado el aprendizaje memorístico puro. El hecho de ejercitar de manera preferente, única y exclusiva la memoria lleva aparejada una infrautilización del resto de habilidades cognitivas: deducir, inferir, abducir son procesos lógicos implicados en la función del conocimiento y poseen una posición de primer orden en el seno de las capacidades cognitivas de la mente.

    Desaprovechar este potencial y confiar todo a la memoria es un craso error en el planteamiento.

    El trabajo de preparar las oposiciones de Lengua y literatura no es la misma que la de preparar oposiciones a magistratura o notaría, en las que el opositor debe grabar en su memoria distintos temas para luego cantarlos. Aquí debemos confiar en nuestra capacidad de interrelación (intertextualidad), de razonamiento y de interconexión de contenidos y conceptos. En el proceso de aprendizaje movilizamos nuestros conocimientos y sabemos desarrollarlos interrelacionándolos. De esta labor nacerá un tema más rico y completo.

    Partimos de afianzar una base epistemológica en la que entran en funcionamiento procesos lógicos de interconexión y dialogismo que amplificarán nuestro campo de conocimiento del asunto tratado. En todos los casos, debéis saber gestionar el tiempo, como ya dijimos en una entrada pasada, pues en el tiempo máximo de 2 horas tendréis que demostrarle al tribunal que sois unos verdaderos expertos en la materia. Aquí también es importantísimo tener una visión de conjunto en la perspectiva y enfoque aplicados.

    El día del examen del tema

    Los conocimientos fluyen de manera impresionante el día del desarrollo del tema. Os vendrán a la cabeza citas, autores, obras, visiones, opiniones críticas, etc. Todo esto deberá quedar desarrollado en dos horas. Para calificar un tema con un sobresaliente no hacen falta muchas plantillas de corrección: un tema excelente se capta al instante. No nos hacen falta muchos esfuerzos para constatar que el opositor domina ese tema en profundidad: la primera lectura del tema nos ofrece evidencias claras : un estilo cuidado, lecturas, una expresión en un nivel normativo-alto , una selección léxica culta y cuidada, profundidad científica en la citación bibliográfica, la forma de apoyar la exposición de los contenidos con diferentes argumentos críticos de autoridad, etc. son algunos de las bases fundamentales en las que se apoya un tema de sobresaliente. Debemos aspirar siempre a conseguir una calificación superior al 9.

    Confiar en la memoria, pero también en la capacidad de razonar

    La memoria es muy traicionera: lo que has estudiado hoy puede olvidársete a la vuelta de una semana. Esto conducirá a bloqueos, nerviosismo, ansiedad, inseguridad y percepción aparente de que todo se ha olvidado.

    Para controlar la parte del tema es importante atender a la realización los simulacros mensuales . Debes afrontar este ejercicio siguiendo las pautas del simulacro que te facilitamos en el curso. Dar este paso te ayudará a familiarizarte con el escenario real que encontrarás el día del examen.

    Corregimos tus simulacros con la plantilla específica del tema y te hacemos llegar las valoraciones y correcciones a dicho tema con la calificación que te otorgamos para que mejores aquellos aspectos en los que has fallado.

    Sobre la forma de entender y planificar el trabajo del texto

    La lectura del texto que ofrecemos a continuación nos servirá para obtener una visión más rica y completa de la valoración crítica del teatro calderoniano. Un teatro por el que sentimos una especial predilección. Ha de servirnos como ampliación a lo estudiado en los siguientes temas:

    TEMA 53. EVOLUCIÓN DEL TEATRO BARROCO: CALDERÓN DE LA BARCA Y TIRSO DE MOLINA

    TEMA 56. FORMAS ORIGINARIAS DE ENSAYO LITERARIO. EVOLUCIÓN EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX. EL ENSAYO EN EL SIGLO

    TEMA 54. LOS TEATROS NACIONALES DE INGLATERRA Y FRANCIA EN EL BARROCO. RELACIONES Y DIFERENCIAS CON EL TEATRO ESPAÑOL

    He aquí la opinión crítica de Don Miguel de Unamuno (En torno al casticismo, 1902) un tanto injusta, en algunos puntos, con el teatro calderoniano y su significación en el seno de la grandeza de su facultad literaria y su estela. Para nosotros, representa un corpus dramático deslumbrante en los planos de la lengua literaria y de elaboración artística.

    Texto

    Casticísimo es en nuestras letras castizas el teatro, y en éste, el de Calderón, porque si otros de nuestros dramaturgos le aventajaron en sendas cualidades, él es quien mejor encarna el espíritu local y transitorio de la España castellana castiza y de su eco prolongado por los siglos posteriores, más bien que la humanidad eterna de su casta; es un «símbolo de raza». Da cuerpo a lo diferencial y exclusivo de su casta, a sus notas individuales, por lo cual, a pesar de haber galvanizado su memoria tudescos rebuscadores de ejemplares típicos, es a quien «leemos con más fatiga» los españoles de hoy, mientras Cervantes vive eterna vida dentro y fuera de su pueblo1.

    Calderón, el símbolo de casta, fue a buscar carne para su pensamiento al teatro, en que se ha de presentar al mundo en compendio compacto y vivo, en sucesión de hechos significativos, vistos desde afuera, desvaneciéndose a último término, hasta perderse a las veces, el nimbo que los envuelve, el coro irrepresentable de las cosas.

    Y de todos los teatros, el más rápido y teatral es el castellano, en que no pocas veces se corta, más bien que se desata, el nudo gordiano dramático. Lope, sobre todo, suele precipitar el desenlace, la anagnórisis.

    Por toda la literatura castellana campea esa sucesión calidoscópica, y donde más, en otra su casticísima manifestación, en los romances, donde pasan los hombres y los sucesos grabados al agua fuerte, sobre un fondo monótono, cual las precisas siluetas de los gañanes a la caída de la tarde, sobre el bruñido cielo. El didactismo a que propende esta misma literatura suele por su parte resolverse en rosario de sentencias graves, en sarta sin cuerda a las veces.

    En el teatro calderoniano se revela de bulto esa suerte de ver los hechos en bruto y yuxtapuestos por de fuera. El argumento es casi siempre de una sencillez y pobreza grandes, los episodios pegadizos y que antes estorban que ayudan a la acción principal. No se combinan, como en Shakespeare, dos o más acciones. Una intriga enredosa a las veces, pero superficial, calidoscópica, y, sobre todo, enorme monotonía en caracteres, en recursos dramáticos, en todo.

    Por ver los hombres en perfil duro no sabe crear caracteres; no hay en sus personajes el rico proceso psicológico interno de un Hamlet o un Macbeth; es «psicología en primer grado, como las imágenes coloreadas de Alemania son pintura elemental», dice Amiel (Journal intime, 8 janvier 1863), juzgando de refilón nuestro teatro.

    «Todas las cosas están allí apuntadas y casi ninguna llevada a cabal desarrollo», lo que se atribuye a «condiciones del ingenio español (castellano) […] la rapidez y la facilidad para comprender un carácter y lo incompleto de su desarrollo» (M. y P.). ¿Rapidez para comprender? Es que pasan el hecho o la idea recortados, sin quebrar su cáscara y derramar sus entrañas en el espíritu del que los recibe, sin entrar a él envueltos en su nimbo y en éste desarrollarse.

    El desarrollo es la única comprensión verdadera y viva, la del contenido; todo lo demás se reduce a atrapar un pobre dermato-esqueleto encasillable en el tablero de las categorías lógicas. La idea comprendido se ejecuta sola, sponte sua, como en la mente shakesperiana. En la de Calderón se petrifica. Superar en ejecución lo es en verdadera comprensión, porque la ejecución revela la continuidad y vida íntimas de la idea.

    Como las buriladas representaciones calderonianas no rompían su caparazón duro, fue el poeta, no viéndolas en su nimbo, a buscarles alma al reino de los conceptos obtenidos por vía de remoción excluyente, a un idealismo disociativo, y no al fondo del mar lleno de vida, sino a un cielo frío y pétreo.

    Este espíritu castizo no llegó, a pesar de sus intentonas, a la entrañable armonía de lo ideal y lo real, a su identidad oculta, no consiguió soldar los conceptos anegándolos en sus nimbos, ni alcanzó la inmensa sinfonía del tiempo eterno y del infinito espacio de donde brota con trabajo, cual melodía en formación y lucha, el Ideal de nuestro propio Espíritu. Para él dos mundos, un calidoscopio de hechos y un sistema de conceptos, y sobre ellos un Motor inmoble.

    Espíritu éste dualista y polarizador. Don Quijote y Sancho caminan juntos, se ayudan, riñen, se quieren, pero no se funden. Los extremos se tocan sin confundirse y se busca la virtud en un pobre justo medio, no en el dentro en donde está y debe buscarse. Sáltase de los hechos tomados en bruto y sin nimbo a conceptos categóricos. Cuando Quevedo no nos cuenta al buscón don Pablos comenta a Marco Bruto, y el grave Hurtado de Mendoza narra las picardías del Lazarillo del Tormes.

    Calderón nos presenta la realidad «con sus contrastes de luz y de sombra, de alegrías y de tristezas», sin derretir tales contrastes en la penumbra del nimbo de la vida, «mezcla lo trágico y lo cómico», sí, los mezcla, no los combina químicamente. Y así, «en nuestro teatro, más que idealismo hay convencionalismo, y más que realismo la realidad histórica de un tiempo dado» y «cierta ligereza y superficialidad», la de no pasar de la superficie.

    Genuinamente castizos son nuestros dramas teológicos y autos sacramentales, con sus personajes sin vida, la Fe, la Esperanza, el Aire, el Fuego, el Agua, la Encarnación, la Trinidad, no seres vivos, sino:

    tumba de huesos,

    cubierta con un paño de brocado.

    En su idealismo se pone lo grande de Calderón, su «genio sintético y comprensivo», viendo en él grandeza de concepción y una alteza tal de ideas teológicas, intelectuales y filosóficas, que resultaba mezquina toda forma para encerrarlas, «alteza de la idea inicial de sus obras». Mas como aún así no pueda proponérsele cual modelo de belleza, ni supo hallar «lo que es universal y eterno del corazón humano», se nos dice que «no bastan por sí solas las grandes ideas para hacer con ellas grandes dramas».

    Distinguen al ingenio castellano «grandeza inicial y lucidez pasmosa para sorprender las ideas; poca calma, poca acción para desarrollarlas» (M. y P.). ¡Es claro!, como las sorprende, se les escapan sin entrar en él e imponerse a su atención, para desarrollar por sí, en virtud propia, su contenido. La «intuición rápida» de «proceder como por adivinación y relámpagos», es falta de comprensión viva, genética; los relámpagos deslumbran, no alumbran.

    ¡Genio sintético y comprensivo el que ni vislumbró la unidad de los dos mundos! ¡Armonismo un mero enlace de ellos, en que se ve la pegadura! ¡Pobres altísimas concepciones, muertas de desnudez, sin carne en que abrigarse! La mera ocurrencia de sacar a tablas conceptos abstractos delata toda la flaqueza de este ingenio, como lo empedernido de su idealismo el encontrarse resuelto (!!!) en sus obras «el enigma de la vida humana […] sin luchas, sin vacilaciones, sin antinomias, sin dudas siquiera».

    No es de extrañar que se sobreponga el idealismo de Calderón al de Shakespeare, y aun que no se le vea bien en éste. El inglés pone en escena a que desarrollen su alma hombres, hombres, ideas vivas, tan profundas cuanto altas las más elevadas del castellano. El rey Lear, Hamlet, Otelo, son ideas más ricas del contenido íntimo que cualquiera de los conceptos encasillables de Calderón. ¡Un hombre!, un hombre es la más rica idea, llena de nimbos y de penumbras y de fecundos misterios.

    Calderón se esforzaba por revestir huesos de carne y sacaba momias, mientras que en el proceso vivo brota el organismo todo de un óvulo fecundado, surge del protoplasma del nimbo orgánico, dibujándose un dentro y un fuera, un endodermo y un ectodermo, y formándose poco a, poco en su interior, del tejido conjuntivo endurecido por sales calcáreas del ambiente, el esbozo de los huesos, que son lo último que queda y persiste cuando el ser ha muerto, delatando la forma viva perdida para siempre.

    Huesos encerrados en lo vivo por carne palpitante, huesos que admiran los osteólogos y paleontólogos en los dramas sarmentosos de Calderón, y que en Shakespeare están vivos, con tuétano caliente; pero sustentando, ocultos por la carne, la fábrica viva toda de que surgieron, inconcientes a su autor. Para el inglés los óvulos eran cuentos, novelas; anécdotas, sucesos vivos; en nuestro teatro abundan como tales lugares teológicos o de parecida laya.

    Por sumirse en el fondo eterno y universal de la Humanidad, que es la más honda y fecunda idea, donde se confunden los dos mundos, por cuyo ministerio brota el ideal de la realidad, de la naturaleza el arte, Shakespeare, sabiendo de pobre historia paleontológica tan poco o menos que Calderón, más letrado que él, penetra en el alma de la antigüedad romana por la estrecha puerta de una mala traducción de Plutarco y resucita en su Julio César la vida del foro resonante, mientras Calderón, atado a la historia de su tiempo y de su suelo, apenas se despega de lo transitorio y local.

    Penetra Shakespeare en la intra-historia romana y en la del alma como Hamlet, encarnación de humanidad tan profunda como el alegórico Segismundo, más viva. Y por ser más profundas sus concepciones vivas, informulables, es por lo que alcanza la «verdad humana, absoluta, hermosa» y la «expresión única».

    Hay en nuestro castizo teatro disociación entre el idealismo y el realismo, y en punto a éste, los graciosos, que representan el fallo de la razón imparcial y sobria del común sentido. El gracioso, impertinente a menudo, «de un modo realista y prosaico, no exento de vulgaridad y aun de grosería, vuelve siempre por los fueros del sentido común». No exento de vulgaridad y aun de grosería nuestro Sancho es cierto, pero Sancho bueno, Sancho discreto, Sancho cristiano, Sancho sincero. ¡Impertinente!, esto es, disociado, que casa bien con el idealismo de su Quijote.

    Este espíritu disociativo, dualista, polarizador, se revela en la expresión, en el vano lujo de colores y palabras, en el énfasis, en la «inundación de mala y turbia retórica», en la manera hinchada de hipérboles, discreteos, sutilezas y metaforismo apoplético. Nuestros vicios castizos, desde Lucano y Séneca acá, el culteranismo y el conceptismo, brotan del mismo manantial. Dícese que el culteranismo y la hipérbole arrancan de brillantez de imaginación, el conceptismo de agudeza de ingenio.

    ¡Socorrido recurso el de la brillantez o fogosa imaginación española! Aquí entran en cuenta el sol y otros ingredientes. Y en realidad, sin embargo, imaginación seca, reproductiva más que creadora, más bien que imaginación fantasía, empleando, tecnicismo escolástico. O los hechos tomados en bruto, en entero y barajados de un modo o de otro, no desmenuzados para recombinarlos en formas no reales, o bien conceptos abstractos. Nuestro ingenio castizo es empírico o intelectivo más que imaginativo, traza enredos entre sucesos perfectamente verosímiles; no nacieron aquí los mundos difuminados en niebla, los mundos de hadas, gnomos, silfos, ninfas y maravillas.

    Pueblo fanático, pero no supersticioso y poco propenso a mitologías, al que cuadra mejor el monoteísmo semítico que el politeísmo ario. Todo es en él claro, recortado, antinebuloso; sus obras de ficción muy llenas de historia, hijas de los sentidos y de la memoria, o llenas de didactismo, hijas de la intelectiva. Sus romances por epopeyas y por baladas, y el Quijote por el Orlando.

    La imaginación se apacienta en los nimbos de los hechos, nimbos que el castizo espíritu castellano repele, saltando de los sentidos a la inteligencia abstractiva. Y al tomar en bruto los hechos para realizarlos, acude al desenfreno del color externo, de lo distinto en ellos, así como cae por otra parte en el conceptismo de los universales faltos de nimbo; sensitivismo e intelectualismo, disociación siempre.

    […]

    La poca capacidad de expresar el matiz en la unidad del nimbo ambiente lleva al desenfreno colorista y al gongorismo calidoscópico, epilepsia de imaginación que revela pobreza real de ésta; la dificultad en ver la idea surgiendo de su nimbo y dentro de él, arrastra la escenografía intelectualista del conceptismo; y la falta de tino para dibujar las cosas con mano segura a la par que suave, en su sitio, brotando del fondo a que se subordinan, conduce a las tranquilas oratorias de acumular sinónimos, frases simétricas, desdibujando las ideas con rectificaciones, paráfrasis y corolarios. De todo ello resulta un estilo de enorme uniformidad y monotonía en su ampulosa amplitud de estepa, de gravedad sin gracia, de períodos macizos como bloques, o ya seco, duro y recortado. Y en este estilo dos retóricas, la de oratoria y la de la dialéctica, metaforismo de oradores, ergotismo de teólogos y leguleyescas citas.

    El elemento intelectivo es lo que «ahoga y mata la expresión natural y sencilla», sofocada al peso de categorías; la expresión única brota de la idealidad de lo real concreto.

    __________

    1El destacado en negrita es nuestro.

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