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Inauguramos una nueva semana de estudio dando un salto en la evolución cronológica de la serie literaria con un nuevo ejercicio que nos ayudará en el entrenamiento de la contextualización lingüístico-literaria reflexiva y razonada de textos literarios.
Con géneros textuales de estos periodos, y en cualquier clase de comentario del examen práctico de oposiciones, debemos fijar y definir el encuadre textual. Para ello, es importante definir las coordenadas cronológicas de los periodos de la modernidad literaria.
Las épocas de historia de la lengua que acotamos en estos siglos coinciden, en líneas generales, con las de los textos literarios. Siguiendo a Francisco Abad Nebot (2017): Historia general de la lengua española, Valencia: Ed. Tirant Humanidades tales épocas resultan de esta manera:
– 1815-1843. Época del Romanticismo vital y literario, de Larra y Espronceda.
– 1843-1874. Época de Zorrilla y Bécquer.
– 1874-1904. Época de Galdós y los llamados novelistas del realismo.
Para una buena preparación y comprensión de estos periodos, debemos acudir, como no puede ser de otra manera, al estudio, lo más profundo posible, de la historia literaria. Del autor de este texto se ha dicho que “cuanto más acerca el relato a lo que sucede y es comprobable, menos espacio deja a la fantasía idiomática”1
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1Lázaro Carreter, F., Discurso de investidura… y Lengua Española II. Historia, teoría y práctica ,Madrid, Anaya, 1973. También en el primero de estos lugares añade que en los momentos del realismo español, “la poesía lírica, […] permanente instigadora de la prosa, no desempeña entonces en nuestro país la función estimulante que en Francia ejercen parnasianos y simbolistas”.
Lo esencial del saber, lo que saben los niños y los paletos, ella lo ignoraba, como lo ignoran otras mujeres de su clase y aun de clase superior. Maximiliano se reía de aquella incultura rasa, tomando en serio la tarea de irla corrigiendo poco a poco. Y ella no disimulaba su barbarie; por el contrario, manifestaba con graciosa sinceridad sus ardientes deseos de adquirir ciertas ideas y de aprender palabras finas y decentes. Cada instante estaba preguntando el significado de tal o cual palabra, e informándose de mil cosas comunes. No sabía lo que es el Norte y el Sur. Esto le sonaba a cosa de viento; pero nada más. Creía que un senador es algo del Ayuntamiento. Tenía sobre la imprenta ideas muy extrañas, creyendo que los autores mismos ponían en las páginas aquellas letras tan iguales. No había leído jamás libro ninguno, ni siquiera novela. Pensaba que Europa es un pueblo y que Inglaterra es un país de acreedores. Respecto del sol, la luna y todo lo demás del firmamento, sus nociones pertenecían al orden de los pueblos primitivos. Confesó un día que no sabía quién fue Colón. Creía que era un general, así como O’Donnell o Prim. En lo religioso no estaba más aventajada que en lo histórico. La poca doctrina cristiana que aprendió se le había olvidado. Comprendía a la Virgen, a Jesucristo y a San Pedro; les tenía por muy buenas personas, pero nada más. Respecto a la inmortalidad y a la redención, sus primeras ideas eran muy confusas. Sabía que arrepintiéndose uno, bien arrepentido, se salva; eso no tenía duda, y por más que dijeran, nada que se relacionase con el amor era pecado.
Sus defectos de pronunciación eran atroces. No había fuerza humana que le hiciera decir fragmento, magnífico, enigma y otras palabras usuales. Se esforzaba en vencer esta dificultad, riendo y machacando en ella; pero no lo conseguía. Las eses finales se le convertían en jotas, sin que ella misma lo notase ni evitarlo pudiera, y se comía muchas sílabas. Si supiera ella qué bonita boca se le ponía al comérselas, no intentara enmendar su graciosa incorrección. Pero Maximiliano se había erigido en maestro, con rigores de dómine e ínfulas de académico. No la dejaba vivir, y estaba en acecho de los solecismos para caer sobre ellos como el gato sobre el ratón. «No se dice diferiencia, sino diferencia. No se dice Jacometrenzo, ni Espiritui Santo, ni indilugencias. Además escamón y escamarse son palabras muy feas, y llamar tiologías a todo lo que no se entiende es una barbaridad. Repetir a cada instante pa chasco es costumbre ordinaria», etc…
Contextualización literaria
Algunos/-as de vosotros/-as ya habréis advertido que el fragmento pertenece a la extraordinaria y magnífica novela de Galdós, Fortunata y Jacinta (1887).
López-Morillas1 apunta que los personajes realistas- no olvidemos el proceso de ascendente espiritualización galdosiano- acaban siendo representaciones simbólicas de determinados fenómenos o actitudes ante la realidad. Del profundo contenido humano, se soslaya, en ocasiones, el trazo naturalista y analítico. Se elevan así entre la multitud y alcanzan individuación propia. Luego insiste todavía en «el temprano apego de Galdós al personaje-símbolo». He aquí un pasaje en el que Galdós plasma con gracejo los “vivos deseos” de Fortunata de “adecentarse y pulirse”. La plasticidad del relato, una prosa dinámica y fresca, la enumeración de sus ingenuos errores y enmiendas, etc. contribuyen a ensalzar la expresividad y frescura del retrato de Fortunata.
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1Juan López-Morillas, «La Revolución de Septiembre y la novela española», en Revista de Occidente, 2ª época, IV, núm. 67, 1968, págs. 94-115