No os quejaréis. Estamos seleccionando textos muy fáciles, pero, asimismo, muy relevantes por su enorme influencia en los caminos de la lírica de posguerra. Este poema, casi seguro que ya lo conocéis, encierra alguna de las claves fundamentales para entender la evolución de la poesía posterior.
MUJER CON ALCUZA ¿Adónde va esa mujer, arrastrándose por la acera, ahora que ya es casi de noche, con la alcuza en la mano? Acercaos: no nos ve. Yo no sé qué es más gris, si el acero frío de sus ojos, si el gris desvaído de ese chal con el que se envuelve el cuello y la cabeza, o si el paisaje desolado de su alma. Va despacio, arrastrando los pies, desgastando suela, desgastando losa, pero llevada por un terror oscuro, por una voluntad de esquivar algo horrible. Sí, estamos equivocados. Esta mujer no avanza por la acera de esta ciudad, esta mujer va por un campo yerto, entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes, y tristes caballones, de humana dimensión, de tierra removida, de tierra que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó, entre abismales pozos sombríos, y turbias simas súbitas, llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos, del color de la desesperanza. Oh sí, la conozco. Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren, en un tren muy largo; ha viajado durante muchos días y durante muchas noches: unas veces nevaba y hacía mucho frío, otras veces lucía el sol y sacudía el viento arbustos juveniles en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas. Y ella ha viajado y ha viajado, mareada por el ruido de la conversación, por el traqueteo de las ruedas y por el humo, por el olor a nicotina rancia. ¡Oh!: noches y días, días y noches, noches y días, días y noches, y muchos, muchos días, y muchas, muchas noches. Pero el horrible tren ha ido parando en tantas estaciones diferentes, que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban, ni los sitios, ni las épocas. Ella recuerda sólo que en todas hacía frío, que en todas estaba oscuro, y que al partir, al arrancar el tren ha comprendido siempre cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta, ha sentido siempre una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla, como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma, como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo, como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir. [....] Y esta mujer se ha despertado en la noche, y estaba sola, y ha mirado a su alrededor, y estaba sola, y ha comenzado a correr por los pasillos del tren, de un vagón a otro, y estaba sola, y ha buscado al revisor, a los mozos del tren, a algún empleado, a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento, y estaba sola, y ha gritado en la oscuridad, y estaba sola, y ha preguntado en la oscuridad, y estaba sola, y ha preguntado quién conducía, quién movía aquel horrible tren. Y no le ha contestado nadie, porque estaba sola, porque estaba sola. Y ha seguido días y días, loca, frenética, en el enorme tren vacío, donde no va nadie, que no conduce nadie. …Y esa es la terrible, la estúpida fuerza sin pupilas, que aún hace que esa mujer avance y avance por la acera, desgastando la suela de sus viejos zapatones, desgastando las losas, entre zanjas abiertas a un lado y otro, entre caballones de tierra, de dos metros de longitud, con ese tamaño preciso de nuestra ternura de cuerpos humanos. Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza), abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita, como si caminara surcando un trigal en granazón, sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces, de cercanas cruces, de cruces lejanas. Ella, en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más, se inclina, va curvada como un signo de interrogación, con la espina dorsal arqueada sobre el suelo. ¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera, como si se asomara por la ventanilla de un tren, al ver alejarse la estación anónima en que se debía haber quedado? ¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro sus recuerdos de tierra en putrefacción, y se le tensan tirantes cables invisibles desde sus tumbas diseminadas? ¿O es que como esos almendros que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta, conserva aún en el invierno el tierno vicio, guarda aún el dulce álabe de la cargazón y de la compañía, en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?
Identificar y defender en el ejercicio el sentimiento de contrariedad y su tratamiento literario en Hijos de la ira (1944)
El poema es inconfundible y, como has analizado muy bien, Virginia, forma parte de Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso, obra que abrirá las puertas a los nuevos aires de la poesía social. La desolación, desorientación espiritual, el existencialismo del ser humano y su concreción en la duda existencial, etc… La expresividad, el lenguaje directo y salmódico,etc. dan cuenta del grito desgarrado ante la crueldad, la injusticia y la «podredumbre». Y, además, encierra una serie de angustiadas preguntas sobre el sentido de la vida, sobre la mísera condición humana. Los versículos vehementes, obsesivos, alucinantes, recuerdan el ritmo de los salmos bíblicos. También el lenguaje desgarrado no excluye palabras duras, «antipoéticas». Comparemos el contraste que se produce entre la secuencia de Nada (1945) en la que Andrea relata su vacío y desolación con el tratamiento existencial de la desorientación y su proyección sobre el estado anímico en el poema.
El poema “Mujer con alcuza” forma parte del libro Hijos de la Ira (1944) y se puede considerar emblemático en la obra de Dámaso Alonso y que inaugura la llamada poesía desarraigada. El título de la obra nos remite a la protesta del autor hacia una realidad que percibe en términos de odio, crueldad e injusticia y está dedicado a su amigo Leopoldo Panero. El poema, de hecho es eje vertebral de esta obra y se compone de 168 versos en los que reflexiona sobre el sentido de la vida, es decir, tiene una significación existencial, si bien podría relacionarse también con lo religioso o místico.
El poema puede leerse como una alegoría de la vida humana: la mujer sería el símbolo del Hombre, que viaja sola en un tren, contemplando paisajes que no conoce ni entiende. El hecho de que el tren se vaya quedando sin viajeros: “Y esta mujer se ha despertado en la noche, y estaba sola” es explicado por Alonso como una imagen de la vejez, “que es un vaciarse de compañía, de ilusión y de sentido de vivir”.
El poema se caracteriza por:
1.-Presencia de los versos libres, es decir, no sujetos a rima ni medida alguna:
“Va despacio, arrastrando los pies (…)/ pero llevada”.
2.- Lenguaje claro y directo: “Adónde va esa mujer”.
3.- Expresividad: “¡Oh!: noches y días”.
4.- Cadencia en el ritmo y repetición: “noches y días/días y noches”.
5. Simbolismo y alegoría de la vida: la mujer “va curvada como un signo de interrogación”.
Por último señalaremos a modo de anécdota que el poema llevaba como título inicial “La superviviente” y que se habría inspirado en una criada que el autor tuvo en su casa. Esta mujer, ya anciana, estaba sola, había perdido a toda su familia y su único nexo con el mundo era una “señora” a la que había servido durante años. Un día, se despidió de casa del poeta porque la necesitaba “su señora”. Tiempo después supieron que esta mujer había muerto sola en un asilo de ancianos, pues “su señora” la había despedido porque no la había oído una noche cuando la llamó a altas horas para que la asistiera.