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¿Contextualizamos? 22-3-2020

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    En el fragmento aparecen rasgos claros de estilo que nos llevarían a situarlo al menos dentro del movimiento al que pertenece….si acertamos con la obra y hablamos de ella, mucho mejor.

    ¡Cuántas veces en el púlpito, ceñido al robusto y airoso cuerpo el roquete, cándido y rizado, bajo la señoril muceta, viendo allá abajo, en el rostro de todos los fieles la admiración y el encanto, había tenido que suspender el vuelo de su elocuencia, porque le ahogaba el placer, y le cortaba la voz en la garganta!

    Mientras el auditorio aguardaba en silencio, respirando apenas, a que la emoción religiosa permitiera al orador continuar, él oía como en éxtasis de autolatría el chisporroteo de los cirios y de las lámparas; aspiraba con voluptuosidad extraña el ambiente embalsamado por el incienso de la capilla mayor y por las emanaciones calientes y aromáticas que subían de las damas que le rodeaban; sentía como murmullo de la brisa en las hojas de un bosque el contenido crujir de la seda, el aleteo de los abanicos; y en aquel silencio de la atención que esperaba, delirante, creía comprender y gustaba una adoración muda que subía a él; y estaba seguro de que en tal momento pensaban los fieles en el orador esbelto, elegante, de voz melodiosa, de correctos ademanes a quien oían y veían, no en el Dios de que les hablaba.

    Entonces sí que, sin poder él desechar aquellos recuerdos se le presentaba su infancia en los puertos; aquellas tardes de su vida de pastor melancólico y meditabundo.

    Horas y horas, hasta el crepúsculo, pasaba soñando despierto, en una cumbre, oyendo las esquilas del ganado esparcido por el cueto ¿y qué soñaba? que allá, allá abajo, en el ancho mundo, muy lejos, había una ciudad inmensa, como cien veces el lugar de Tarsa, y más; aquella ciudad se llamaba Vetusta, era mucho mayor que San Gil de la Llana, la cabeza del partido, que él tampoco había visto. En la gran ciudad colocaba él maravillas que halagaban el sentido y llenaban la soledad de su espíritu inquieto. Desde aquella infancia ignorante y visionaria al momento en que se contemplaba el predicador no había intervalo; se veía niño y se veía Magistral: lo presente era la realidad del sueño de la niñez y de esto gozaba.

    En esta ocasión las referencias a «Vetusta» y al «Magistral» sitúan el fragmento de manera inconfundible en de La Regenta de Clarín. Obra universal y magnánima representante del realismo naturalista. A partir del reconocimiento pleno de la obra del texto, tendríamos que proceder con la contextualización en el marco amplio de la época. Más concretamente en la obra a la que pertenece (marco estrecho). La regenta es una novela en la que el conocimiento y el aprendizaje de Ana Ozores se transforma y se proyecta en un estado casi místico. La evasión de la realidad es una de las constantes temáticas principales en toda la novela. Las contradicciones internas embargan el ánimo de Ana. Los antagonistas no harán sino contribuir a que ese estado se acreciente y se amplifique de manera singular. La morosidad estilística contribuye a un realce extraordinario del estatismo novelesco. En relación a esto, comparemos el estatismo estilístico de la secuencia con el de la secuencia: «El chiquillo subió con presteza…» , comentado en una entrada anterior.

    He aquí que gran parte del universo novelesco de La Regenta (el propio título lo indica) gira alrededor del universo anímico de Ana, mujer apasionada, pero presa de su propia contradicción vital.

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